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Carta a mi hijo mayor, a mi regalo de Dios. A Mateo.

Quiero pedirte perdón por ser tan hincha pelotas a veces. Sí, así como lo leés: hincha pelotas. Me transformaste en una mamá llena de desafíos y felicidades. Gracias Mateo por haberlo hecho. Gracias por confiar en mí, por tu amor, por esa sonrisa maravillosa de todos los días, por los abrazos y los besos con ruido, por esa mirada luminosa que se te enciende cuando llego a casa o te busco en el jardín, o ves llegar a papá. 

Te aseguro y perjuro que hago lo mejor que puedo y, creeme, que todos los días pienso en cómo hacerte feliz.

Te aseguro también que si pudiera quitarte la lesión motora con la que convivís a diario lo haría sin dudarlo, claro que sí. Pero no puedo, y además muy probablemente no deba hacerlo. Quizás con el tiempo comprendas lo que quiero decir.

Todos tenemos un propósito en la vida. Aunque a veces cueste verlo de esa forma. Vivir es muchas veces enfrentarse con situaciones retóricas que por lo general nadie entiende bien del todo por qué ocurren. No todo tiene una razón, sabés. No todo tiene una lógica... o una justificación. Lo que sí sé y es seguro, es que cada uno de nosotros tiene un camino que seguir, aprendizajes que vivir para crecer, y es nuestra responsabilidad ir descubriéndolos a medida de que vivimos. Todos, absolutamente todos tenemos días y situaciones difíciles, y todos también tenemos grandes felicidades, logros y sueños por cumplir.


Quiero que sepas que nada de lo que te propongas es imposible. Para nadie, en realidad. Aún cuando algunas cosas te cuesten más que otros. Aún cuando sientas desfallecer todos tus inconmensurables esfuerzos por lograr aquello que te propongas. Nacimos para cumplir nuestros sueños, para luchar por ellos y para elegir ser felices, muy a pesar de los obstáculos que tengamos que afrontar. Estamos de paso, Mateo, no te olvides de eso. Por eso, hay que vivirlo todo.  O al menos intentarlo. Y si no podés algún día porque sencillamente no podés, permitite no poder porque seguramente podrás otras cosas. No poder no debe limitarte, sino animarte a buscar otros caminos. Todos tenemos limitaciones, sólo que algunos las conocemos antes o desde el principio y otros mucho más tarde. En todos los casos, tocar límites que son propios nos duele, nos molesta, no nos gusta. Es normal.

Con los años aprendí que los problemas, cualquier problema, por lo general vienen con su solución. Lo que pasa es que muchas veces queremos imponer nosotros esa solución. Elegirla. Y no siempre es posible. Estamos llamados a buscarla y a hacerla funcionar pero no necesariamente a cambiarla.

Otra cosa que necesito que sepas es que hay que darse los grandes gustos en vida, Mateo, aquellos que te permitan crecer, enriquecerte, aprender, formarte, equivocarte y seguir. Hay que soñar en grande aun cuando haya que trabajar duro para lograr eso que sabés que te hará feliz. Vale el esfuerzo, siempre. Incluso en el esfuerzo, en el camino, es posible y necesario ser feliz. Se puede. Es una cuestión de actitud.

Te pido que te escuches, que aprendas a hacerlo. No es fácil conocerse a uno mismo. Te aliento a que acaricies tus límites, contemples tus miedos sin asustarte y caigas si tenés que hacerlo, pero sólo para volver a levantarte un poco más fuerte. Para levantarse y crecer la mayoría de los mortales tenemos que caernos primero.

Quiero que sepas que te amamos inmensamente como sos, con lo que podés y no podés hacer. Que siempre estaremos a tu lado para apoyarte en aquello que necesites y que día a día nos desvivimos para que seas feliz. Sos valioso, hijo, enormemente valioso y hermoso por dentro y por fuera. Amamos todo de vos.

Insistimos con terapias porque son aquellas que te permiten estar mejor y, quién sabe, a lo mejor algún día lograr lo que te propongas lograr.

Y por último, los afectos, Mateo. Los afectos: amigos, hermanos, padres, primos, tíos, abuelos... Los afectos son lo único que importa alimentar y conservar en esta vida. Lo demás viene por añadidura.


Te amo, hijo. Siempre estaré a tu lado cuando me necesites. 

Mamá.

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